Sobre los segundos
de tardanza de la alerta sísmica que suena en las calles de la capital
mexicana, se informó que se debió a que el temblor surgió de una zona no monitoreada
a
diferencia del sismo ocurrido en el Golfo de Tehuantepec —que generó destrozos
y provocó la tragedia en Chiapas y Oaxaca— el 7 de septiembre, esta vez la onda
sísmica y la alerta llegaron a la Ciudad de México casi al mismo tiempo.
De
acuerdo a Miguel Ángel
Santoyo, sismólogo del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), “en el caso de este sismo, la distancia entre el foco
sísmico (entre Puebla y Morelos) y la Ciudad de México, fue equivalente a la
que había desde este punto de origen a las estaciones más cercanas de la
alerta, sumado al tiempo que tomó definir a los algoritmos si el sismo era
fuerte o no”.
Es
decir, los dos tiempos fueron casi iguales, por lo que la alerta sonó casi al
mismo tiempo que inició el sismo. “La posición del hipocentro —zona en el
interior de la Tierra donde inicia la ruptura de la falla geológica, desde
donde se propagan las ondas sísmicas y que se encuentra por debajo del epicentro que
corresponde a la superfície terrestre— fue más cercana a la Ciudad de
México que para la que está diseñada
la alerta”, añadió el especialista en sismología de movimientos fuertes.
El
investigador explicó el funcionamiento de la alerta: A lo largo de la costa del
Pacífico mexicano, y otros puntos del interior de la República hay instalados
sensores (sismógrafos); una vez que ocurre un sismo en una localidad, éstos
registran la actividad y definen si el sismo es grande o no, mediante la
ejecución de algoritmos matemáticos.
Añadió
que si determinan que es un sismo fuerte, emite una alerta instantánea a través
de medios digitales al Centro de Investigaciones y Registro Sísmico (CIRES), el
organismo encargado de gestionar y mantener alerta sísmica que opera en los
estados con riesgo de sufrir los efectos de un sismo.
La
señal llega casi de manera instantánea, a la velocidad de la luz, entonces se
emite la alerta sísmica que escuchamos en los megáfonos de las ciudades.
Regularmente, esa señal viaja más rápido que las ondas sísmicas: esa diferencia
de segundos nos proporciona un poco de tiempo para realizar acciones de
prevención, como evacuar un edificio o cerrar las llaves del gas.
Esos
segundos que podría proporcionar la alerta sísmica reduce el riesgo de las
población ante el colapso de infraestructura, no obstante, el sismólogo de la
UNAM –institución que forma parte de la mesa directiva del Foro Consultivo
Científico y Tecnológico- enfatizó que independientemente de la alerta sísmica,
las personas deben estar preparadas ante el arribo de un sismo, porque en casos
como el del pasado 19 de septiembre, la alerta llegó al mismo tiempo que el
sismo.
Explicó
que “si estamos bien preparados, las instalaciones de nuestros edificios son
seguras y seguimos las recomendaciones de Protección Civil, el riesgo sería
menor. Más que necesitar una buena alerta sísmica, debemos de tener buenas
construcciones”.
Sin
embargo, eso no significa que el sistema de alerta operado por el CIRES no pueda mejorarse.
“Puede hacerlo, sin duda, si somos capaces de mejorar los algoritmos y de tener
más sismógrafos a lo largo del país, tendríamos una alerta más eficaz. Por
ejemplo, si hubiéramos tenido un sismógrafo justo encima del hipocentro,
probablemente habríamos tenidos hasta cinco segundos más antes de que llegaran
las ondas”.
Cinco
segundos podría parecer insuficientes, pero se pueden sumar a los que el
movimiento telúrico intenso proporciona otros segundos antes. El investigador
explicó que la fase intensa del sismo normalmente tarda algunos segundos más en
llegar después de la onda primaria, que es de menor amplitud. Si sumamos las
mejores técnicas a esta antesala del movimiento intenso, podríamos tener una
alerta con hasta 10 segundos más de antelación, nada despreciables si el sismo
tiene su origen cerca de las ciudades en las que generará la mayor sacudida,
puntualizó.
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