El reto del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador,
de allegarse de más recursos y aplicarlos de manera eficiente para cumplir con
las promesas de campaña, como impulsar un programa de pensiones para la gente
de la tercera edad o construir 100 universidades, es enorme, pero sin que ello
implique dejar de apoyar a las ya existentes, de las cuales al menos una decena
ha declarado estar atravesando por severas crisis económicas.
Más
allá de inaugurar un centenar de universidades a lo largo de un sexenio, el
verdadero desafío es incrementar la cobertura y hacerlo con calidad. “No se
trata de llegar a más jóvenes simplemente abriendo escuelitas que difícilmente
puedan ser llamadas universidades”, expuso Alejandro Márquez Jiménez, del
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), la de mayor tamaño del país.
Cabe
mencionar que catedráticos como rectores de diversas universidades del país
hace días se manifestaron por la drástica reducción del presupuesto educativo y
cuya presión mediática, provocó que el gobierno de López Obrador, acabará
regresándoles los dineros prometidos para su viabilidad anual y argumentará que
fue un error de números la reducción de presupuesto educativo.
El
investigador universitario declaró que el tema no es dejar desprotegidas a
instituciones que ya llevan tiempo trabajando e impulsando el desarrollo del
país, el académico fue puntual: “Entidades como la UNAM, la Autónoma
Metropolitana (UAM) o el Politécnico (IPN) nos hacen competitivos a nivel
mundial. Son el parámetro que debería observar toda nueva institución de
educación superior. El modelo está ahí y no podemos bajar la calidad sólo por
atender a sectores con los que se adquirió un compromiso”.
Al
referirse a uno de los compromisos de campaña del Ejecutivo federal, en cuanto
a poner en marcha 100 nuevas universidades, el universitario indicó que una de
las inquietudes suscitadas por el proyecto es el aspecto presupuestal.
Dijo
que “la formación superior es más cara que la básica o media, en especial en
áreas como ingeniería, arquitectura o medicina. También es cierto que hay
carreras menos costosas, así que determinar los montos destinados al renglón
nos obliga a pensar qué país deseamos y qué recursos humanos se requieren para
alcanzar ese ideal”.
Del
4 al 13 de diciembre de 1979, representantes de los gobiernos de América Latina
y el Caribe se reunieron en el entonces Distrito Federal para suscribir la
llamada Declaración de México, en la que se comprometían “a dedicar
presupuestos gradualmente mayores a la educación hasta destinar (a más tardar
en 1999) no menos del siete u ocho por ciento de su producto nacional bruto a
la acción educativa, con el objeto de superar el rezago existente y permitir
que la educación contribuya plenamente al desarrollo y se convierta en su motor
principal”.
Sin
embargo, estamos en el siglo XXI y aunque el acuerdo se firmó hace cuatro
décadas, apenas llegamos a un 5.3 por ciento del PIB y no hemos sabido elevar
la cifra, por lo que el Presidente Andrés Manuel López Obrador deberá hacer
cálculos precisos para determinar de dónde sacar recursos para crear su
centenar de universidades sin afectar el funcionamiento y tareas de las ya
existentes, añadió.
Para
Alejandro Márquez destinar más recursos a la formación de profesionistas es
algo fácil de defender con palabras y difícil de justificar con números, por lo
apretado del presupuesto federal.
“Según
estimaciones de 2017, para cubrir todas sus funciones el gobierno necesitó del
23.8 por ciento del PIB. De este total, el 6.6 fueron gastos no programables,
es decir, no se podían tocar a riesgo de poner en entredicho la confianza del
Estado a ojos del mundo, pues sirven para pagar deudas y otros pendientes. Se
trata de dinero ya comprometido.
Agregó
que “ello hace que los gastos sí programables se reduzcan a un 17.2 del PIB. Si
un 5.3 por ciento se va a educación, tenemos apenas un 11.9 para los demás
rubros”.
Por
ello, aunque hay voces que exigen elevar los montos para el desarrollo
educativo y alcanzar el ocho por ciento sugerido por la UNESCO desde los años
70, hacerlo sin contemplar todas las variables involucradas sólo llevaría a
desproteger flancos tan importantes como el de la salud, planteó el
universitario.
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