Por
Salma Hayek Pinault
Quizá
porque en México aprendí a amar, sentí por primera vez el mar, el sol, donde
mis ojos descubrieron mi primer atardecer. Quizá porque México entre tantas
cosas me enseñó a soñar. O como diría el poeta Joan Manuel Serrat “quizá porque
mi niñez sigue jugando en sus playas”. No importa cuántas historias y culturas
pasen por mis venas, ni en cuántos países viva o qué tan lejos me vaya, a
México siempre lo llevo en el corazón.
El 19
de septiembre de 1985, en la Ciudad de México, me tocó vivir las consecuencias
del temblor que trágicamente nos quitó tanto. A pesar del dolor y del gran
sentido de solidaridad que nos impulsó a unirnos y a trabajar juntos, después
de treinta años seguían en pie algunos de los campamentos temporales, donde
cientos de damnificados vivían esperando un hogar. Entre las múltiples
historias de este triste limbo están las de los niños —y los niños de esos
niños— que ahí nacieron, crecieron y vieron morir a sus padres.
Permanecieron
en diminutas chozas de lámina, hasta que en 2015 desaparecieron los campamentos
como para intentar borrar una evidente herida en la ciudad y, con ello, las últimas
gotas de esperanza de sus víctimas.
El 19
de septiembre de 2017 recibí la noticia de que nuestra tierra volvió a temblar,
devastando nuevamente a mi adorado México. Aún con el corazón roto por las
víctimas, me llené de orgullo al ver que, una vez más, mis compatriotas se
unieron y salieron a salvar vidas y dar refugio a quienes lo perdieron todo.
Este espíritu de lucha, que nos caracteriza, inspiró al mundo entero,
especialmente a los mexicanos que vivimos en el extranjero.
Como
sucede en todo desastre natural, en cualquier parte del mundo, la participación
es más activa y vigorosa en las primeras fases de la emergencia. Pero
desafortunadamente cuando el polvo se asienta, el apoyo se empieza a disolver.
Por esta razón, después de solidarizarme con la asistencia inmediata, en
octubre del año pasado, me propuse encontrar una alternativa para ayudar en el
proceso de reconstrucción a largo plazo.
Mi
primer paso fue buscar socios con quienes compartir mi objetivo de proporcionar
un hogar a las familias que se quedaron sin casa. Sé que a veces es difícil
confiar en organizaciones cuando uno quiere ayudar y muchas veces es complicado
saber en dónde terminan nuestras buenas intenciones. Sin embargo, éste no es el
momento de tener los dedos listos para señalar, sino las manos listas para
construir.
El
primer socio al que me acerqué fue Hábitat para la Humanidad, una organización internacional
con una trayectoria extensa y reconocida en reconstrucción. Lo que más me gustó
de ellos es que trabajan con una metodología de diseño colaborativo que toma en
cuenta los hábitos, las relaciones sociales y las costumbres de las
comunidades, así como las necesidades individuales de cada familia.
El
segundo socio fue más difícil de encontrar porque mis expectativas eran
gigantescas. No sólo buscaba apoyo financiero de una empresa que tuviera la
infraestructura para darle a este proyecto seguimiento constante y presente —lo
cual para mí era logísticamente imposible—, sino que también esperaba de ellos
un compromiso a largo plazo.
Este
esfuerzo requería una empresa cuyo interés por el bienestar de México fuera
sincero.
Después
de una larga investigación, descubrí que PepsiCo —la que ya conocía por su excepcional
labor en pro del empoderamiento de la mujer— tiene un gran compromiso social
con las comunidades más necesitadas: desde proporcionar acceso al agua, hasta implementar
programas de apoyo alimentario.
Precisamente
por este sentido de responsabilidad social, PepsiCo fue una de las primeras organizaciones
en involucrarse después del sismo, al donar de manera generosa a la Cruz Roja
Internacional y a la Pan American Development Foundation. Sería normal pensar que,
como ya habían dado recursos a estas reconocidas instituciones, no iban a
querer participar en este proyecto mío sin nombre, pero, a veces, para lograr
lo extraordinario hay que salirse de lo normal. Así que les presenté todo el
trabajo que había por hacer y, junto con Hábitat para la Humanidad, hicimos una
propuesta de soluciones a largo plazo.
PepsiCo
aceptó con entusiasmo participar y lo que por un momento me pareció imposible se
convirtió en realidad y me llenó de esperanza.
Al
trabajar juntos, detectamos que algunas de las comunidades más necesitadas y
con menos ayuda estaban en Morelos. Hoy, gracias a PepsiCo y Hábitat para la
Humanidad, se están construyendo 180 casas. Casas que se convertirán en el
hogar de 800 mexicanos, incluyendo muchos niños que recordarán para siempre
cómo sus madres y sus padres, con la ayuda de sus vecinos, guiados por
arquitectos mexicanos, trabajaron juntos para celebrar su individualidad y
respetar su dignidad.
Me
entusiasma ver cómo las casas avanzan día a día: en algunas apenas se están colocando
cimientos y ladrillos, otras (cincuenta) se estarán entregando en las próximas semanas.
Pero lo que más me emociona, es que se ha renovado el sentido de comunidad, de
pertenencia y de solidaridad. Me siento feliz y orgullosa de decir que esta
experiencia ha sido extraordinaria.
El
año pasado hice una invitación a participar en Crowdrise, dentro de una
plataforma que abrí para beneficio de los niños víctimas del temblor. Para mí,
lo más significativo fue que JUNTOS donamos casi un millón de dólares a UNICEF.
Un año después y con la oportunidad de un nuevo comienzo para nuestro país, les
hago una invitación completamente diferente, en especial a todos mis
compatriotas que están a punto de entrar al poder. Los invito a soñar un sueño
colectivo por un nuevo México, hecho a mano y con el corazón, en donde la
normalidad no es la que terminamos aceptando por resignación sino la que
creamos con convicción JUNTOS.
En
medio de la incertidumbre, volver a empezar nos da el valor de volver a soñar.
Hoy tengo el sueño de que ningún damnificado quede desamparado y de que la gran
bondad de los mexicanos sea la característica que nos defina. Quizá porque
cuando uno se aleja de lo que ama tiende a valorarlo más, incluso a
idealizarlo, nunca perderé la esperanza de un México mejor.
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