Entre 1900
y 2010 se registraron en México 182 sismos superiores a los 6.5 grados en la
escala de Richter. Siendo el más notable el padecido el 19 de septiembre de
1985, que tuvo efectos catastróficos en el país y, especialmente, en la ciudad
de México.
Para
evaluar el peligro y diseñar las políticas públicas y estrategias para
reducirlo y mitigarlo, el conocimiento científico es prioritario, coincidieron
especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Al
respecto, Xyoli Pérez Campos, jefa del Servicio Sismológico Nacional (SSN),
explicó que México está ubicado en las placas tectónicas de Norteamérica,
Rivera, Cocos, Caribe y Pacífico, que al desplazarse o interactuar entre sí
provocan movimientos en el suelo.
Por ello, la
ciencia es crucial para evaluar el riesgo. A partir de mapas de intensidades es
posible calcular los efectos de temblores futuros en un área determinada.
Pueden elaborarse en base a los informes de daños disponibles, de la percepción
de eventos ocurridos o con los datos recabados en los instrumentos colocados en
el terreno, explicó.
Con el
análisis de la información de los eventos de mayor magnitud de la última
centuria, las regiones del Golfo de California y el Pacífico fueron
identificadas como las de mayor ocurrencia, y las del norte, noreste y
Península de Yucatán, las de menor incidencia.
La UNAM dio
a conocer que entre 2005 y 2014 se registraron 26 mil 152 en el país, con
magnitudes desde los tres hasta los 7.4 grados en la escala de Richter, la
mayor parte en los contactos entre las placas tectónicas. Chiapas y Guerrero
son los estados con más actividad y, por ende, los de mayor peligro, detalló.
Lo cual
hace indispensable realizar evaluaciones en todo el territorio nacional. Con el
trazo de las fuentes potenciales en una localidad o región y el conocimiento de
los efectos locales en cada perímetro es posible construir escenarios
hipotéticos para determinar las repercusiones de eventos de distintas
magnitudes.
Además, se
considera la vulnerabilidad de la zona con datos de infraestructura,
condiciones sociales, económicas y políticas, entre otras, que afectan el
resultado final de los fenómenos. Un temblor causará más daños en sitios con
casas de adobe y tendrá repercusiones menores en las que cuentan con
estructuras de acero y concreto reforzado, ejemplificó.
Son
factores indispensables para evaluar el riesgo y plantear estrategias para
reducirlo y mitigarlo, además de tomar medidas orientadas a evitar catástrofes
como la de septiembre de 1985. Se requieren recursos para emprender
investigaciones en el rubro y establecer la instrumentación necesaria con
tecnología de punta, incluso, en el mar, aseveró.
El Sistema
de Alerta Sísmica Mexicano —a cargo del Centro de Instrumentación y Registro
Sísmico (Cires)—, utiliza los datos de estaciones instaladas en las costas del
Pacífico, a una distancia de entre 300 y 400 kilómetros de la ciudad de México.
Al detectar la ocurrencia de ondas que pueden afectar a la urbe emite avisos
preventivos o públicos, según la peligrosidad estimada.
Es una
herramienta valiosa y las autoridades están obligadas a informar de su
funcionamiento a la población. Las apps
relacionadas no son una panacea o instrumento mágico y deben utilizarse con
prudencia. Si los eventos no acontecen en el rango referido, los usuarios no
reciben avisos en sus dispositivos móviles. “No es una falla, simplemente el
fenómeno no cumple con las características para las que fue diseñado el sistema”,
puntualizó.
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