En el año 2050 disminuirá en 20 por ciento la
disponibilidad de tierra arable por persona en el mundo, y no alcanzará para
alimentar a nueve mil millones (población estimada para entonces) con dietas
lujosas, previó María José Ibarrola Rivas, investigadora del Instituto de
Geografía (IGg) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En
un estudio realizado, la universitaria analizó dos parámetros básicos: la
densidad poblacional y los patrones de consumo de alimentos en las distintas
sociedades, dependiendo de su nivel socioeconómico.
Dijo
que “utilicé datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) y dividí los países en seis grupos, que van
de los más pobres a los más desarrollados, y que tienen entre sí diversas
formas de agricultura”.
En
dicho estudio encontró diferencias entre las naciones, pues mientras las más
pobres tienen una dieta básica, generalmente respetuosa con el ambiente, pero
poco eficiente en términos de uso de la tierra, los países ricos tienen alta
tecnología y un uso intensivo de la tierra.
La
idea central de la investigadora es que el tipo de producción está sujeto a la
cantidad de tierra agrícola utilizable; por ello, calculó la cantidad de tierra
arable disponible por persona en el año 2010, y en promedio correspondían dos
mil metros cuadrados, mientras que para el 2050, estimó, disminuirá a mil 600
metros cuadrados.
Sin
embargo, hay diferencia entre los territorios ricos y los pobres, teniendo
desventajas estos últimos; la inequidad aumentará para 2050 por el crecimiento
poblacional de las naciones desfavorecidas. Como resultado, para ese año los
territorios ricos tendrán, en promedio, tres veces más disponibilidad de tierra
arable por persona que los pobres, que representarán el 70 por ciento de la
población global. Esto significa que su potencial agrícola será más limitado.
Además,
no será factible la masificación de la agroecología, que se refiere a la
producción de alimentos en sistemas agrícolas que respetan los principios
ecológicos, como los flujos de energía y los conocimientos de las comunidades
originarias. En general, concluyó Ibarrola Rivas, este método utiliza más
tierra que los sistemas intensivos, por lo que es cuestionable que pueda
alimentar a toda la población en 2050.
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