Los jóvenes en México y el resto de América Latina viven una
situación precaria, tanto en el ámbito material fáctico como en el simbólico, pues
uno de cada tres es pobre, señaló Alfredo Nateras Domínguez, profesor-investigador
de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de la Ciudad de México (CDMX).
Sostuvo
que por ello resulta relevante entender los procesos que han llevado a las
juventudes a enfrentar dicha situación para transformar su condición social.
Ellos
son actores protagónicos en la escena social, pues de acuerdo con los datos más
recientes del Consejo Nacional de Población (CONAPO) “hay más de 120 millones
de mexicanos”, de los cuales 36.3 millones tienen entre 12 y 29 años de edad.
Antropólogos,
sociólogos y psicólogos coinciden en que la precariedad es la característica
que distingue la condición juvenil en su diversidad y heterogeneidad en el
contexto de un país en condición de pobreza, situación que implica la pauperización
cada vez más marcada de ese segmento de la clase media, empobrecida al ritmo en
que lo hace el país.
En
la conferencia Del porqué de la precariedad y las juventudes, realizada en la
Unidad Iztapalapa, el doctor en Ciencias Antropológicas afirmó que la
configuración de la familia tradicional está desdibujada o mutando en forma
vertiginosa, pues en ese núcleo inicia la experiencia de la violencia, que no
es algo que se hereda ni se trae en los genes, sino se aprende al observarla y
padecerla.
Si
niños y jóvenes son violentados en el seno familiar tendrán posibilidades
sociales y culturales más altas de reproducir ese fenómeno en sus vínculos
afectivos y sociales, explicó.
De
acuerdo con pedagogos y sociólogos la participación y la deserción escolar
están más ligadas a la condición socioeconómica y a la configuración identitaria
de los jóvenes.
Nateras
Domínguez sostuvo que las condiciones laborales son para ese sector las más
desfavorables, ya que algunos enfrentan el dilema de cómo hacer para seguir
estudiando y trabajar a la vez, mientras que otros toman el trabajo como un
organizador de su vida cotidiana que beneficia la constitución de sus
identidades.
Siendo
el peor escenario en donde los jóvenes más pauperizados participan en las redes
del crimen organizado para adquirir un prestigio y lugar social que el Estado y
sus instituciones ya no les brindan. Además, determinadas prácticas sociales
como la participación de ellos en actividades de protesta y su inclusión en
movimientos sociales son criminalizados.
Por
su condición de pobres o por sus prácticas culturales son señalados con
frecuencia como delincuentes y regularmente los discursos institucionales
marcan que el ser joven es sinónimo de violencia.
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