Para un porvenir exitoso, los estudios dedicados a la gráfica
rupestre en México requieren trabajar más sobre los aspectos conceptuales, en
definir las vocaciones de los sitios, “pues cada uno tiene su personalidad”, y
en plantear problemas de investigación que superen la mera descripción de
paneles y diseños. En pocas palabras, “ser más creativos”, estima la doctora
María del Pilar Casado López, investigadora del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), instancia del gobierno mexicano.
La experta
dijo que el avance de los estudios de arte rupestre en el país han sido lentos
pero constantes, si se considera que hace menos de 40 años, a mediados de los
80, inició su registro sistemático con el Proyecto Atlas de Pictografías y
Petrograbados. La iniciativa a su cargo, fue la primera en atender las
especificidades de sitios con este tipo de manifestaciones culturales.
En
2017, anotó, hubo cerca de 500 proyectos de investigación, conservación,
gestión y administración vinculados a sitios de arte rupestre, equivalentes a
4% de las iniciativas inscritas en el Sistema Institucional de Proyectos.
Aparentemente modestos, el estudio de estos lugares se basa en una metodología
compleja y un sistema de trabajo que requiere la formación de cuadros
específicos, anotó la también profesora de la Escuela Nacional de Antropología
e Historia.
Si la
cantidad de sitios (de y con) arte rupestre en México conformaran un gran
pastel, casi tres cuartas partes estarían distribuidos en el norte del país, en
el área cultural denominada Aridoamérica. Occidente, Altiplano Central y
Guerrero siguen en orden de concentración de este tipo de lugares, seguidos de
Oaxaca, Tierras Bajas Mayas, Costa del Golfo y Tierras Altas Mayas.
Pilar
Casado hizo hincapié en que para adentrarse en la gráfica rupestre de México,
es necesario considerar cuatro variables. Las dos primeras corresponden a la
gran extensión territorial donde se encuentran y a la geografía en que se
dispersan, la cual “determina el comportamiento de los espacios”. Sus características
varían según se encuentren en zonas serranas e interserranas, planicies
aluviales, el altiplano o la plataforma calcárea de la península de Yucatán.
Los
aspectos restantes son la amplitud temporal de estas “huellas”, yendo de 10,000 a 8,000 años antes del
presente, hasta la actualidad, ya que hay grupos indígenas que siguen
materializando esta gráfica dentro de sus rituales; y la diversidad cultural no
solo corresponde a su autoría por parte de grupos de cazadores-recolectores o
sociedades agrícolas prehispánicas, sino que también hay arte rupestre que
corresponde a la época del Contacto y a la Colonia, y los siglos XIX al XXI.
La
doctora en Prehistoria y Arqueología por la Universidad de Zaragoza, España,
apuntó que “las explicaciones del arte rupestre han estado en consonancia con
el acontecer y el desarrollo filosófico o del conocimiento humano del siglo
XX”, con aportaciones paradigmáticas desde el estructuralismo y la semiótica.
Se trata de enfoques necesarios para “aprehender” y comprender manifestaciones
culturales “que revelan una apropiación del paisaje”.
En
México hay ocho sitios con manifestaciones rupestres abiertos al público, bajo
custodia del INAH: El Vallecito, Baja California; Boca de Potrerillos, Nuevo
León; Las Labradas, Sinaloa; Arroyo Seco, Guanajuato;
Huapalcalco/Xihuingo-Tepeapulco, Hidalgo; Loltún, Yucatán; Sierra San
Francisco, Baja California Sur; y Cuevas Prehistóricas de Yagul y Mitla,
Oaxaca, estos dos últimos inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial.
Al
respecto, Pilar Casado habló de la interacción con las comunidades aledañas,
como un factor indispensable para la conservación de estos sitios, junto con el
registro, la investigación y la protección técnica y legal.
Para la
experta, la creatividad es la clave para avanzar en el estudio del arte
rupestre en México, y eso implica superar los análisis meramente descriptivos
para plantearse preguntas más complejas. ¿Por qué la disociación tan grande
entre el mundo el arte rupestre y el mundo de la arqueología?, cuestionó la
investigadora al citar el caso de las cuevas de Yagul y Mitla, espacios
vinculados al nacimiento de la agricultura y cuyas paredes y abrigos están
repletos de petrograbados. “No se han estudiado en conjunto.
“En el
área maya sucede algo muy similar, los últimos descubrimientos en torno a los
primeros pobladores de América en sitios como Hoyo Negro, Quintana Roo, con una
antigüedad superior a los 10,000 años, nos debe llevar a pensar en la posible
existencia de un arte rupestre más antiguo (de lo ahora conocido) para la
península de Yucatán”.
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