El presidente
Andrés Manuel López Obrador divulgó su documento “La nueva política económica
en los tiempos del coronavirus”, donde expone el camino que el mundo debe adoptar
tras el paso de la pandemia, sin embargo, sus conceptos de “gobierno
responsable y sustentable”, responsabilidad social, empresas con visión social,
y organizaciones sociales (OSC), quedaron en el olvido en su propuesta.
El coronavirus (COVID-19)
no es la causa principal de la recesión económica global. La pandemia solo vino
a precipitar, en medio de un tremendo agotamiento, el derrumbe del modelo
neoliberal en el mundo.
Sostengo que el
Estado debe tener como propósito principal la promoción del desarrollo para
garantizar el bienestar del pueblo. Debemos reconocer a contrapelo del dogma
económico que en cualquier país el Estado es fundamental para el bienestar de
la población y que en una nación como la nuestra, con tantas desigualdades, la
intervención del Estado resulta indispensable para la supervivencia de
muchos.
En el apartado de
Bienestar se destaca que “debe desecharse
la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del mero crecimiento.
Nosotros consideramos que lo fundamental no es cuantitativo sino cualitativo:
la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza”.
Nuestra propuesta
consiste, en establecer un Estado de bienestar igualitario y fraterno para
garantizar que los pobres, los débiles y los olvidados encuentren protección
ante incertidumbres económicas, desigualdades sociales, desventajas y otras
calamidades, donde todos podamos vivir sin angustias ni temores.
El Estado de
bienestar igualitario y fraterno que estamos construyendo tiene como objetivo
la protección de las personas a lo largo de la vida, desde la cuna hasta la
tumba, haciendo realidad el derecho a la alimentación, al trabajo, la salud, la
educación, la cultura, la vivienda y la seguridad social.
Desde diciembre de
2018 el Gobierno Federal impulsa una nueva vía hacia el desarrollo para el
bienestar, una vía en la que la participación de la sociedad resulta
indispensable, y que puede definirse así: queremos construir la modernidad
desde abajo, entre todos.
Detalló que los
centros de poder económico y financieros del planeta definían los parámetros
para evaluar a su manera y conveniencia el progreso de las naciones. En esa
lógica, se desplazó del vocabulario económico el concepto desarrollo y se fue implantando como termino básico el del crecimiento.
Lo más importante
era el dato del llamado Producto Interno Bruto, el famoso PIB. Como es lógico,
este nivel de simplicidad obedecía al criterio dominante de hacer riqueza sin
importar la forma en que ésta se acumulara y distribuyera entre las personas y en
los sectores sociales.
Indicó que un
modelo económico que solo apuesta al progreso material sin justicia se traduce
en un proyecto político inviable y condenado al fracaso. Su falla de origen
consiste en pasar por alto que la simple acumulación de riqueza, sin procurar
su equitativa distribución, produce desigualdad y graves conflictos sociales.
De modo que el mal
del coronavirus vino también a recordar lo frágil y transitorio que resulta, al
fin de cuentas, un modelo excluyente, sin dimensión democrática y social.
Por eso “decimos
sí al crecimiento, pero con democracia y bienestar; sí al progreso, pero con
justicia porque progreso sin justicia es retroceso. En la nueva política
económica al crecimiento debe añadirse el bienestar en la más amplia extensión
de la palabra”.
Es indispensable
desechar las recetas de siempre, propuestas por organismo financieros
internacionales, supuestamente, orientadas a revertir las crisis recurrentes
pero, que en los hechos, provocan nuevos ciclos de concentración de la riqueza,
nuevas espirales de corrupción, crecimiento de la desigualdad, ensanchamiento
de los abismos sociales entre las regiones y entre lo urbano y lo rural y, a la
postre, un agravamiento de los fenómenos de desigualdad, desintegración social,
migración, marginación y miseria.
Detalló que México
está construyendo, desde antes de la pandemia actual, un nuevo modelo de país,
con base en cinco principios fundamentales: democracia, justicia, honestidad,
austeridad y bienestar.
Enfatizó que cuando
estalló la crisis por el coronavirus, los representantes del sector empresarial
de México, le solicitaron, tanto de manera formal y pública como en audiencias
privadas, una tregua en el pago de impuestos, entre otras cosas, supuestamente
para beneficio de las pequeñas y medianas empresas; “les respondimos que no
sería de esa forma como enfrentaríamos la crisis, y también les expresamos que
no habría rescates o subsidios para las grandes corporaciones y que no
dejaríamos en estado de indefensión a la mayoría de los mexicanos; en otras
palabras, que íbamos a rescatar primero a los pobres”.
Explicó que se
están destinando los apoyos para el bienestar a la base de la pirámide social y
de allí hacia su cúspide. Antes de la crisis sanitaria, 18 millones de hogares,
de un total de 32 millones, eran beneficiados de cuando menos uno de los
programas sociales en curso; es decir, el 55 por ciento del total de familias.
Ahora se llega a 25 millones de hogares, el 70 por ciento del total.
Enfatizó que los
recursos dispersados por medio de los programas sociales han sido unos de los
factores que explican el éxito en la reducción de la movilidad y las medidas de
confinamiento adoptadas para mitigar los contagios de COVID-19.
Sin minimizar la
conciencia social y la solidaridad exhibidas por todos los sectores de la
sociedad en esta crisis, es claro que millones de beneficiarios de esos
programas han podido permanecer en sus viviendas porque disponen de un ingreso
que les permite solventar al menos las necesidades más acuciantes.
A partir de la
pandemia del coronavirus decidimos reforzar los apoyos sociales, ampliando el
presupuesto destinado a la gente. En este mes de mayo tenemos contemplado bajar
recursos por alrededor de 120 mil millones de pesos, cantidad un poco mayor a
la gran aportación de los migrantes que, en el mes de abril, mandaron a sus
familiares cuatro mil millones de dólares.
“Nuestro modelo no
solo significa bienestar para la paz y la tranquilidad de todos los mexicanos
también ofrece al 30 por ciento de la población con mejores condiciones
económicas la posibilidad de hacer negocios, obtener ganancias lícitas y
progresar sin trabas o ataduras”, dijo.
Destacó que en
materia de Honestidad que esta
materia nunca se impartió en las universidades donde se formaron quienes, al
paso del tiempo, llegaron a ocupar las secretarías o ministerios de Hacienda o
Economía en la mayor parte de los países del mundo. Puede ser que esta
especialidad no resultara importante en otras naciones, pero en México era y
sigue siendo una asignatura indispensable.
Calificó de
imprescindible no permitir la corrupción al interior del gobierno para poder
contar con autoridad moral y política. Por ejemplo, debemos seguir
profundizando en ahorrar en el costo de construcción de obras y en la
contratación de servicios.
Asimismo, es
necesario seguir ahorrando en adquisición de bienes e insumos que compra el
gobierno a proveedores, como es el caso de medicinas, materiales de curación,
equipos médicos, gas, gasolinas, diésel, carbón y papelería, manteniendo las
prácticas de compras consolidadas y de la centralización de todas las
adquisiciones en la Oficialía Mayor de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público.
Se trata, pues, de
convertir la honestidad en forma de vida y de gobierno: contrario a lo que
sostenían los políticos del neoliberalismo de que la corrupción era parte de la
cultura del pueblo de México, nosotros postulamos que la mayor riqueza de
México es la honestidad de su pueblo.
Relató que desde
el inicio de su gobierno, comenzaron a aplicarse medidas de austeridad. Los
lujos, los dispendios y la opulencia que caracterizaban el ejercicio del poder
han llegado a su fin. Había servidores públicos con salarios de hasta 700 mil
pesos mensuales, mientras que los trabajadores de base recibían 8 mil pesos
mensuales en promedio. Esto se terminó cuando se aprobó una reforma al artículo
127 de la Constitución para que nadie pueda ganar más que el presidente de la
República, es decir, más de 108 mil pesos mensuales, sin compensaciones, pues
me reduje el sueldo a menos de la mitad de lo que recibía el expresidente
Enrique Peña Nieto.
A partir de la
crisis económica desatada por el coronavirus se decidió no despedir a ningún
trabajador, pero no habrá incremento de personal; se reducirá el salario de los
altos funcionarios públicos hasta 25% de manera progresiva. No se ejercerá el
75% del presupuesto disponible de las partidas de servicios generales y
materiales y suministros. Se extenderá hasta el 1 de agosto la suspensión de
labores con goce de sueldo. Deberán de permanecer cerradas la mitad de las
oficinas con excepción de las que atiendan de manera directa al público o
aquellas que son esenciales para el bienestar del pueblo.
El regreso a la nueva normalidad debe ir
acompañado de la convicción de profundizar en los cambios ya iniciados por el
gobierno y poner atención en todo aquello que permita mejorar las condiciones
de vida de los mexicanos.
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