El Puerto
de Zihuatanejo, en el estado costero Guerrero, en el pacífico mexicano, es la
ciudad piloto de un proyecto de colaboración científica entre México y Japón en
la que se busca reducir el riesgo por terremoto y tsunami en la brecha sísmica
de Guerrero —localizada entre la localidad de Papanoa y Acapulco— a través del
proyecto “Evaluación del peligro asociado a grandes terremotos y tsunamis en la
costa del Pacífico mexicano para la mitigación de desastres”.
De acuerdo a Víctor M. Cruz
Atienza, responsable de la iniciativa en México, “el lugar piloto donde se
llevan a cabo todos los eslabones del proyecto es Zihuatanejo, municipio en
donde se han realizado esfuerzos muy importantes con la comunidad, en las
escuelas, con las autoridades de Protección Civil. La idea es extender el
trabajo a otras comunidades como Acapulco”.
Explicó que se cuenta con el apoyo
del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) y un equipo de
japoneses ha visitado el sitio, sobre todo los especialistas dedicados a
atender la mitigación del riesgo. Ahí han adquirido información en cuanto al
catastro de la ciudad, la distribución de las construcciones, el tipo de uso
que se les da y su distribución geográfica.
Dicha información les servirá
para elaborar un mapa tridimensional de la ciudad que permitirá simular una
eventual inundación por tsunami y la evacuación de su población con el fin de
identificar estrategias eficaces de protección civil, las alturas que
alcanzarían las olas en la bahía y la distribución de una inundación en la
ciudad.
El equipo japonés-mexicano ha
visitado también colegios para realizar simulacros instrumentados e
intercambiar puntos de vista con profesores, autoridades municipales y
Protección Civil con el fin de generar material didáctico y educativo para la
población.
La prioridad antes de concluir el
año, indicó el investigador del Departamento de Sismología del Instituto de
Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es terminar de
instalar la red de observación sismo-geodésica anfibia (que se encuentra en mar
y tierra), ya que a principios de enero comenzará el siguiente sismo lento en
Guerrero, un tipo de terremotos que no emiten ondas sísmicas, duran más o menos
ocho meses cada uno y se repiten cada cuatro años.
Estos sismos lentos tienen
implicaciones importantes en la ocurrencia de terremotos potencialmente
destructivos, por lo que su estudio es crítico para estimar el peligro
sísmico. No es una certeza que vaya a
comenzar ese mes pero existen razones sólidas para suponerlo, comentó Cruz
Atieza
Por ese motivo, el 10 de
noviembre zarpará el buque oceanográfico “El Puma” de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) para instalar todos los instrumentos submarinos y
hacer las mediciones iniciales de GPS acústicas, nuevas en su tipo en México, y
entre las primeras a nivel mundial.
La red de observación
sismo-geodésica será útil para medir la deformación de la corteza continental
por la subducción de la placas de Cocos por debajo de la de Norteamérica y sus
propiedades, captar señales sísmicas de muy baja amplitud, entender la física
de los procesos de deformación, y para resolver otras preguntas e inquietudes
que contribuirán a cuantificar el potencial sísmico de la brecha sísmica, el
peligro asociado al movimiento fuerte del suelo y a un eventual tsunami a
través de simulaciones computacionales altamente sofisticadas.
La red completa tendrá más de 30
estaciones sismológicas y 45 geodésicas en la brecha sísmica de Guerrero, en
tierra y mar. Las estaciones geodésicas consistirán en GPS, GPS acústicos y
sensores de presión hidrostática que permitirán medir deformaciones lentas en
la corteza. Un Wave Glider equipado
con tecnología de frontera permitirá hacer las mediciones de GPS acústico, y
será el segundo dispositivo de esta naturaleza en el mundo, refirió el
investigador.
“Es un desafío enorme a nivel
mundial porque no hay experiencia previa con este dispositivo. Para ello
estamos colaborando con la Universidad de Singapur, con una empresa inglesa y
otras dos estadounidenses para integrar todos los instrumentos que irán en el Wave Glider, un equipo autónomo, que
contendrá dos antenas GPS, un giroscopio óptico, una unidad de control y un
transductor, entre otros”.
El equipo se impulsará con el
oleaje y permanecerá en un mismo lugar por encima de las estaciones ancladas en
el fondo del mar, emitiendo señales acústicas y recibiendo las señales
acústicas del fondo marino.
Entre las labores a realizar está
la colocación de sismómetros de fondo oceánico y sensores de presión
hidrostática que van anclados al fondo del mar (hasta 5000 metros de
profundidad) para observar deformaciones verticales de la corteza continental
producidas por el movimiento de las placas, y también instrumentos que
permitirán medir la deformación vertical del lecho marino, “ha sido compleja la
logística porque es una red de observación sismo-geodésica muy diversa”,
destacó Víctor M. Cruz.
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